Suite 89.1 FM | ZARPÓ EL CAPITÁN HUGO FIGUEROA BRETT
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ZARPÓ EL CAPITÁN HUGO FIGUEROA BRETT

ZARPÓ EL CAPITÁN HUGO FIGUEROA BRETT

Luego de librar grandes batallas en el mar y en tierra firme, zarpó para siempre el capitán de altura Hugo Figueroa Brett, el niño pintor que había nacido en Carirubana el 28 de junio de 1940 se marchó en paz, dejando un indescifrable silencio en su querido “Paradiso”, su hogar-academia. Hugo era hijo de un avezado marino: Natividad Figueroa, hombre que en su edad madura captó la belleza genuina del puerto marabino en sus lienzos. Su madre, Carmen Mercedes Brett, fue una mujer de verbo germinal, una maestra enamorada de los libros. A través de sus progenitores llegaron a su vida sus dos grandes pasiones; la pintura y la poesía: las dos mitades existenciales del ser-esencia de Hugo Figueroa Brett.

Él tenía seis años de edad cuando llegó a Maracaibo, comenzó sus andanzas en el Liceo Baralt, y las tertulias en las calles centrales de la urbe-puerto que lo deslumbró. Su carácter firme y su espíritu aventurero, lo llevaron a alistarse en la Escuela Naval. Luego trabajó por décadas en el Puerto de Maracaibo, en sus dársenas, sus despachos. Fueron naciendo sus 11 hijos, en simultáneo fueron apareciendo sus libros, siempre estuvo rodeado de entrañables amigos, hombres y mujeres del arte y de la vida llena de pasión: El poeta Carlos Contramaestre, el pintor Francisco Bellorín, el hombre de periódicos y sonetos Hesnor Rivera, su cofrade chino Paco Hung, el maestro de la comunicación Ignacio de la Cruz, la escultora Lía Bermúdez (quien le diseñó la puerta de entrada de su casa-museo en San Jacinto), el compositor Chelique Sarabia, autor de la danza “Chinita de Maracaibo”.

Cuando su casa estaba llena de amigos, se convertía en su paraíso terrenal:

“Y empezaron a salir cantantes de la olla

hirviendo los cantares

en los vientos celestes del levante

y en los calderos fuertes los gitanos

y en las caravanas de la gendarmería

se escuchaba el cantar de los paisanos.”

 

Sus 11 hijos fueron su tesoro sagrado, a ellos dedicó poemarios, cuadros, horas interminables de amor y almuerzos interminables: Patricia, Gioconda Beatriz (a quien dedicó un libro que es urdimbre de fotografías en sepia y prosa poética, tomo que propició su salud y su buen vivir). María, Sandra, Casandra, Kafka, Hugo-Hugo, Samuel el poeta, Francisco, Antonín el pintor, y Camila, su ángel más preciado:

“Portín es palabra

confianza

armonía

palabra.

Cuando nazca Camila

le pondré ese nombre

y buscaré el signo

que la anuncie”.

Hugo siempre tuvo su verbo en ristre, a veces mordaz y punzante, en otras ocasiones, fraterno y jovial, siempre inteligente. Publicó siete poemarios que le valieron reconocimientos nacionales y regionales, hizo periodismo cultural, fue un buen mecenas, realizó cuatro grandes muestras de sus cuadros y dibujos, tuvo cinco esposas, cientos de amigos y algunos enemigos temibles y arteros, aunque no lograron tumbarlo. Sobre sus amores, para entenderlos podemos acotar la frase de Alfredo Bryce Echenique: “Hay amores livianos tan efímeros, como el cálido soplo de viento”. Amó y lo amaron, fueron uniones fecundas. Luego quedó la melancolía, la soledad creativa y los amoríos de ocasión.

Cuando murió mi hermano Leandro Lenin en enero de 2007, Hugo le escribió un hermoso texto que tituló “El caballero cantor”, al entregármelo me dijo: “Morir no es lo difícil, lo difícil es vivir.”

Figueroa Brett poseía el don de crear, fue un excelente diseñador de espacios, construyó Fine Kaffé en 1983 junto a su mujer de entonces, Astrid Schäfer: una recia dama de raigambre alemana, cuyo padre había sido cocinero de Juan Vicente Gómez, además fue un pionero de La Colonia Tovar, creador de las Salchichas Schäfer que dieron paso a los “chefitos” en Plaza Caracas. En ese hermoso recinto utilizó baldosas de casas antiguas de Maracaibo, pisos de las casonas pioneras, con vitrales realizados por el maestro Bellorín en sus cúpulas de estilo suizo y ventanas redondas de fierros añosos, simulando las ventanas de los barcos. Las mesas las diseñaron Pedro Piña y el propio Bellorín, la gente comía y bebía sobre auténticas obras de arte. En las paredes de ladrillo crudo, colgaban los cuadros de Natividad Figueroa, reflejando la ciudad que nacía al progreso a finales del siglo XIX, colorida y romántica.

Desde que ocurrió la muerte violenta de su padre Natividad, desde el terrible desangramiento que una tarde se llevó a Francisco Hung, y desde el arrase que el alcohol supuso para los poetas que se reunían en los años 80, Hugo Figueroa Brett perdió el miedo a la muerte, la supo lidiar, la retó, se burló de ella durante 78 años:

“Qué bueno que mi amigo esperara a la muerte de pie y la enfrentara

Qué bueno que mi amigo no le temió a la muerte

y se le metió dentro para que la muerte se fuera junto a él

y lo abrazara”.

Finalmente, el nativo de Paraguaná levó anclas el domingo 19 de agosto de 2018 mientras hacía su siesta. Se fue a otros puertos lejanos, entre aguas mansas y silencios de ultramar. Un mes antes habíamos compartido la inauguración de su exposición de pintura “Bordes de añil” en su casa-academia de San Jacinto “Paradiso”. Esa tarde fui a saludarlo junto a mi esposa Marisela y mis compañeros de la radio Francisco Hidalgo y José Rafael Rivero. Al despedirnos le estreché su mano, que antes fue ardorosa y fuerte, ahora estaba débil y fría. Entonces entendí, que esa era su despedida definitiva:

“Simplemente he querido

estar de pie un instante

y cantar una canción”.

 

Que tenga buen viento de proa maestro Hugo. Usted fue el marino más sabio, un gran hombre del arte y del mar. Poeta querido, siga navegando, siga.

 

 

León Magno Montiel

@leonmagnom

leonmagnom@gmail.com

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